Grizzly Man, de Werner Herzog: la indiferencia de la naturaleza, o su encanto
Uno de los momentos más inquietantes del documental Grizzly Man (2005), sorprendentemente, sucede casi al finalizar el film, cuando la voz del narrador, que es la del propio Werner Herzog, elige confrontar directamente con el protagonista de la historia, Timothy Treadwell, a quien creemos, en nuestro rol de espectadores, que le está rindiendo homenaje. Pese al desenlace macabro de la vida de Timothy, Herzog construye la mayor parte del Grizzly Man desde la ternura, destacando la profunda sensibilidad y excentricidad de un personaje quijotesco, cualidades que proyectan simpatía y sonrisas de afecto en un público que, no obstante la temeridad de sus aventuras y lo irracional de su misión, parece compartir la benevolencia de Tim hacia los osos.
Sin embargo, lo cierto es que el público no la comparte. Juzgamos a Timothy un imprudente, alguien que cruzó una línea que debía permanecer infranqueable, la distancia que nos separa a nosotros, los seres humanos civilizados, de los animales salvajes. Sí, nos importan los osos, despreciamos la caza, entendemos el apego emocional que llevó a Treadwell a protestar por ellos, pero calificamos su enamoramiento por la vida silvestre como un síntoma de locura. Timothy fue mucho más allá de lo que cualquiera de nosotros podría (¿y debería?), puesto que cruzó un umbral que lo llevó a convertirse en algo más que un ser humano, como lo sugiere el título documental, Grizzly Man. Esa metamorfosis también le valió la muerte, una muerte terrible en nuestros términos, a pesar de que Timothy, cuando estaba vivo, nunca la descartó como posibilidad.
Parte de la magia del documental funciona a partir de esta
distancia, esta Gran División* entre nosotros y la aventura de Treadwell.
El viaje que realizó al parque nacional de Katmai, definitivamente, es uno que nunca haríamos. Por más que
lo comprendamos, o incluso conectemos con él desde lo emocional, no conseguiremos razonar como él. Un abismo de locura, cercano a la esquizofrenia, encierra su cabeza
cubierta por una bandana, pañuelo que nos sugiere la blanca gasa de un enfermo en
un sanatorio mental. Los lentes negros, que casi nunca deja de vestir ante la cámara,
son sus verdaderos ojos.
Como señalé, Timothy cruzó el umbral de la civilización, y
ese acto, ya sea de ingenuidad o locura, le costó trágicamente la vida. Nuestro
consuelo como espectadores, sin embargo, mora precisamente en el alejamiento
que nos separa de él, en nuestra incomprensión de su carácter. El alivio está
en pensar que Treadwell, en su delirio, encontró algo en los osos que
nosotros no somos capaces de hallar, y que esa experiencia lo llevó, durante sus
jóvenes años, pese a su final, a una existencia auténtica, a formarse una visión
asombrosa del universo.
Sin embargo, en el momento en que nuestras neuronas
comienzan a procesar dicha reflexión, Herzog realiza un movimiento técnico de
gran impacto: asume un carácter despótico como narrador, y elige sepultar, con su
nihilismo alemán, cualquier expectativa reconciliadora. Casi al final del
homenaje, el director se convierte en el implacable crítico de lo que parece un
documental en abismo**, y expone su visión de los osos, de la naturaleza, y del
destino de Timothy:
“And what
haunts me, is that in all the faces of all the bears that Treadwell ever
filmed, I discover no kinship, no understanding, no mercy. I see only
the overwhelming indifference of nature. To me, there is no such thing
as a secret world of the bears. And this blank stare speaks only
of a half-bored interest in food. But for Timothy Treadwell, this bear was a
friend, a savior.”
[Y lo que me atormenta es que, en todos los rostros de todos los osos que Treadwell filmó, no descubro parentesco alguno, ni comprensión, ni misericordia. Solo veo la abrumadora indiferencia de la naturaleza. Para mí, no existe tal cosa como un mundo secreto de los osos. Y esa mirada vacía habla únicamente de un interés a medias, aburrido, en la comida. Pero para Timothy Treadwell, ese oso era un amigo, un salvador]
El desencanto europeo del mundo
Esta reflexión, a esta altura del film, es casi un epílogo: tiene por objetivo vaciar por completo de significado la historia real que está narrando y trasladarla al interior psicológico de Treadwell (justo lo contrario que el personaje, en su aventura, intentó hacer). Vista de esta manera, desde la mente de Herzog, la muerte de Timothy es una ironía brutal del sin-sentido. Responde a una visión desencantada de la naturaleza, en la que no existen lazos que nos aten al mundo natural y los seres que lo habitan. Nosotros, los humanos, estamos arrojados, a la manera existencialista, en un mundo absurdo y hostil, carente de sentido, que no habla ni se preocupa por nosotros. Treadwell, nos dice Herzog, no supo leer esta condición, la verdadera cara de la animalidad. Trasladó, desde el centro emotivo de su cerebro, cualidades humanas al mundo de los osos. En otras palabras, pecó de antropomorfismo. Les puso nombres, les asignó emociones, se hizo amigo y enemigo de bestias en un mundo carente de significados, donde no existen ni el bien ni el mal, solo el tedio del salvajismo.
Sin embargo, desde mi perspectiva, es en esta, la mejor
frase de su documental, en la que precisamente Herzog se equivoca. El ferviente
exotismo que ha demostrado este director a lo largo de su filmografía no logra, pese a la diversidad de territorios
y sociedades que ha conocido, superar su tradición europea, el racionalismo
occidental que mira, desde el altar del ser, al hombre como una criatura huérfana pero privilegiada. Si analizamos con detalle su caracterización de los osos,
podemos encontrar el mismo proceso antropomórfico que denuncia en Treadwell. La “indiferencia
de la naturaleza”, la “mirada vacía”, la “falta de fraternidad” en un mundo movido
por el “tedio de la alimentación” son conceptos tan humanos y personales como
las melodramáticas y sentimentalistas exclamaciones de adoración de Timothy hacia
sus compañeros. Decir que la naturaleza está desencantada, que es indiferente y
cruel, ¿no es acaso también, en el plano poético del lenguaje, hacer uso de un recurso retórico, de una personificación? El filósofo moderno, en su racionalización del mundo, se
olvida de que su desencanto lo encumbra como único actor inteligente en el universo.
Y si la naturaleza es cruel, indiferente y despiadada, ¿por qué no podríamos
nosotros, los seres pensantes del planeta, devolverle la misma moneda, es
decir, explotarla a nuestro arbitrio? Con esta visión se acaba la misión de
Tim, el corazón de su activismo.
Por el contrario, yo pienso que Timothy Treadwell logró huir verdadramente del mundo humano y de sus gastadas personificaciones. Logró establecer una nueva alianza en un territorio que, a la mayoría, nos resultaría inconmensurable e inhóspito. Lo que vio en la naturaleza no es un misterio que guarda en su psiquis, encerrado en su interior, o en su propia constitución. Esta ahí afuera, a la vista de todos, y eso es lo que nos muestra Herzog en este hermoso documental: es lo que capta su verdadera fascinación como director. Timothy logró establecer una conexión real, ahí, en el mundo, con otras especies. Logró una transformación tanto personal como de su entorno. Formó una familia con los zorros. Se enemistó con un grupo de cazadores furtivos. Encarnó, durante varios años, un acontecimiento extraño en un espacio geográfico prohibido para el hombre, donde experimentó una visión alternativa de la naturaleza, del tiempo y de la historia, completamente diferente de la que nos legó nuestra tradición occidental. Dejó de ser humano. De ser sujeto. Se convirtió en oso. Y murió como uno de ellos.
Yo creo que la historia de Timothy es sumamente
esperanzadora. Puesto que habilita a pensar que, desde los márgenes de Europa,
al borde de la esquizofrenia, todavía es posible escapar de las cárceles
mentales en las que el racionalismo ilustrado nos ha encerrado. Creo que es posible practicar,
si nos volvemos menos nosotros, si nos restamos un poco de importancia, otra
relación con la naturaleza. Pero no se trata solo de una fuga mental, puesto
que, como Timothy lo demuestra, el escape de la civilización implica el movimiento
del cuerpo, la unidad del instinto con el cerebro. No se trata de ser-ahí, arrojado-en-el-mundo, huérfano de Dios, ante una naturaleza muda, como quiso el Pensador alemán***.
Tampoco creer que el hombre es el único ser que posee un mundo. Quizás tan solo observar, moverse, o
simplemente caminar por una selva plagada de bestias tan salvajes como encantadas, bajo
la peligrosa ruta de las estrellas.
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