The zone of interest: el rugido del silencio
En algún momento de la historia, los seres humanos perdimos el silencio. Lo sé porque un murmullo constante, pero desagradable, ruge en el horizonte, dando a entender que alguna conciencia ha sido amordazada. Yo no sé de donde viene ese ruido de mar, pues llevamos una vida tranquila, en medio del canto de los pájaros, que embellecen, cual flores en un jardín, nuestros campestres desayunos.
Una doncella alemana, mi madre, decora el huerto con frialdad matemática. La ecología que distribuye la carga en las cámaras de gas se aplica al arte de la botánica, empresa noble, indispensable para el espacio vital del nuevo mundo. Si la tierra ha perdido el alma, o como dicen, nos la han robado, hay que trabajar duro para rehacerla. Desenterrar y multiplicar las raíces que poblarán, cual hijos magníficos de una raza de sueños, la hipérbole nazi de toda utopía.
Tal es el secreto de nuestro admirable parque, la estancia feliz que linda, como toda esperanza, con el reino de la tortura, la purga constante de ratas que traen la plaga y las injusticias. Jardines limpios necesitan de manos pulcras, impecables, del color pálido de las amapolas.
Pese a su esplendor, este jardín tiene algunos defectos. En vano nuestra madre se esmera, día y noche, en optimizar las cámaras del invernadero. El mal, le señalo yo, es natural. Hay cierta nausea en el brillo de las rosas, un olor agrio que lo devora todo, y el agua del río está manchada de ceniza. Hasta el sol parece iluminar de manera extraña nuestras pieles, que nunca se queman. Cuando veo el conjunto, desde lejos, noto un sabor a foto en negativo.
Sin embargo, cuando pienso en los tiempos que vendrán, por no citar los que ya fueron, cuando los laberintos de esvásticas nos abren portales a distintas épocas, el mundo se muestra siempre igual, con el mismo ruido de fondo, con las mismas tortuosas bifurcaciones. Sospecho entonces que el yerro viene de raíz, y que incluso nosotros escondemos, en nuestro arsenal biológico, algún que otro tubérculo.
Yo no sé quiénes son los que viven al lado, como ellos no saben quién soy. Sin embargo, somos como una familia. Por nuestras venas corre un mismo río, un constante murmullo de espejos sonoros. La sombra de nuestra felicidad es el sol de sus desgracias. Nuestra risa rima con sus gritos. El reino del Cielo aúlla para ellos, mientras que un laico universo militar, la hermosa foresta socialista, abre para nosotros un bosque de esperanza, con manzanas de oro y cuentos de hadas. Nuestras infancias rurales velan sus juegos alrededor del muro. En las noches, si uno se asoma a la ventana, puede contemplar, cigarro en mano, cómo el fuego de los ángeles redentores, que azota allá con sus terribles trompetas, brilla sereno en nuestro patio sin Dios.
Texto: Marcos Liguori (2024)
Película: The Zone of Interest (2023), Johnatan Galzer
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