The Tale of the Princess Kaguya: la belleza de lo que muere
Algo que me aterró siempre del budismo es la idea de que la perfección se esconde bajo la extinción del yo. Nunca pude entender el anhelo de tal pureza, cualquier aberración me parece más sublime que el despojo total, ese apagarse divino que significa la unión con la nada primigenia. El nirvana comprende ideales que aterran por su luminosidad: paz, perfección, pureza. No menos temible es la tranquilidad que expresa la figura del Buda, un ser perfecto, un iluminado que ya no sufre, porque ha purgado de su espíritu la vida, fuente del dolor.
A veces me preguntaba si este rechazo no sería un prejuicio occidental, una torpeza del idioma. The Tale of the Princess Kaguya me ha contestado que no. La película es una desgarradora expresión de este dilema existencial que entrelaza, de manera trágica, la vida y la muerte: "Eternidad enamorada de las creaciones del tiempo", diría Blake.
Es que cuando uno se siente un extranjero en este mundo, no hay vuelta atrás. Comprendemos que hay algo falso en nosotros, irremediablemente dañado. El llanto es la expresión más perfecta de ese estado, en tanto no admite consuelo. Anhelamos muerte, anhelamos destrucción. Por un segundo, tenemos un profundo deseo de no sentir. Y ese momento es fatal. Lamentablemente, resulta una bisagra. Se produce una fractura fundamental en nuestra relación con el mundo que (¡bella paradoja!) nos liga de nuevo, amorosa y trágicamente, a la vida. Pero es demasiado tarde.
La perfección nos muestra lo deseable que es nuestra imperfección, lo añorables que resultan nuestras desgracias. Porque hay un precio a pagar: solo es posible apreciar la belleza "miserable" desde el palco inmortal de los dioses. Ese es el secreto de la mirada hacia atrás. Reparamos en ello cuando una música sin pasión, inhumana y celestial, nos transporta de nuevo a la la luna, a esa muerte profunda que nos cubrirá, como un manto, del frío y el dolor de este mundo. Un abrigo de Luna.
Todo mundo, por imperfecto que sea, es deseable y amable. Pero eso solo lo pueden saber extranjeros y suicidas, es decir, aquellos que irremediablemente tienen que volver a casa.
Texto: Marcos Liguori (2020)
Película: The Tale of The Princess Kaguya (2013), Isao Takahata, Studio Ghibli
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