Carnival of Souls: el beso póstumo del terror



Vivimos en un mundo secularizado. Nuestra realidad cotidiana está despoblada de dioses, monstruos o prodigios, puesto que la magia, al decir de Emily Dickinson, se ahorcó en la historia. Lo que nos queda es un pobre escenario decorado con los despojos de la Modernidad. Sin embargo, por más lejanos que nos queramos ver con respecto a nuestros ancestros primitivos, todas las noches volvemos a ser animales. Y en ese trance, los contenidos que creíamos sepultados en la memoria colectiva se mofan de la seguridad que nos brinda la luz del día, profanan sonrientes nuestro Credo Solar.


Tampoco hay que pensar que el hombre contemporáneo vive en situación de orfandad, pues pocas veces ha mostrado esa clase de valentía. No, la humanidad secular –más allá de sus breves coqueteos con el existencialismo– no se ha atrevido a lanzar una mirada honesta al abismo; en su lugar, ha erigido nuevos templos sobre el cadáver de Dios. Con una palabra, desprovista de toda estética pero cargada de sentido –un sentido hondamente burocrático–, ha reemplazado las saetas de Apolo, la sonrisa de Dionisio, incluso los estigmas de Cristo; sobre la pira de los dioses se yerguen, abstractas y dictatoriales, las Instituciones.

¿Y  qué es el Sentido hoy? ¿Cuáles son estas Instituciones? Todos las conocemos, es más, vivimos gracias y acorde a ellas. Por instituciones me refiero a instancias abstractas y materiales mediante las cuales nosotros, los que todavía estamos vivos (¿lo estamos?) podemos reducir grandes dosis de incertidumbre y complejidad (multiplicidades las llamarían Deleuze y Guattari) hasta  transformarlas en enunciados inequívocos que nos permitan sobrevivir. Si respetamos esas normas, si actuamos de acuerdo a esos pactos, nuestra existencia (nuestra identidad) está garantizada, y con ello, nuestro acceso a la verdad, una verdad que no significa el resultado de un ejercicio abstracto sino, por contrario, un acierto de carácter material y biográfico: casa, trabajo, salud, etc. Carnival of Souls nos sitúa en el medio de estas sociedades diurnas, instituciones que dominaban implacablemente el campo de los años 60, como el psicoanálisis, el sexo, la religión (secular), el machismo explícito y una potencial emancipación de la mujer a través de su acceso al mundo laboral. Si queremos trasladar este esquema al día de hoy, las consignas son diferentes, pero sus valores permanecen idénticos. Hoy los programas y disputas institucionales giran en torno a la diversidad sexual, las corrientes políticas, el funcionamiento del mercado, la problemática de la salud mental, entre un largo etcétera que abarca cada aspecto del tejido social. Todos estos conceptos son, lo repito, acuerdos previos que permiten el funcionamiento de una comunidad masificada, es decir, de la gran ciudad; es la microarquitectura que sirve de apoyo al nuevo templo con que los seres humanos modernos hemos reemplazado al viejo Dios. Sin embargo, Carnvial of Souls nos muestra que hay algo podrido en Dinamarca y que, bajo el reinado del Sol, las pesadillas producen un horror más intenso.




¿Y quién es nuestro príncipe Hamlet? Mary, una mujer que, tras haber tenido una experiencia cercana a la muerte, comenzará a transitar por el borde de esas estructuras. Mary es un personaje representativo de todas aquellas personas que no encuentran un lugar en la sociedad, es decir, allí donde su funcionamiento fracasa. Mary no puede adaptarse a lo que se espera de una mujer de su época, ni puede establecer conexión alguna con otros semejantes. Como Esther, la protagonista de La campana de cristal de Sylvia Plath, está separada del mundo por un orbe invisible que la vuelve irreconciliable con la maquinaria social. Lo que estas historias nos plantean, con sus personajes solitarios, es una crítica moral hacia la hipocresía de la civilización: ¿qué hacen las Instituciones con aquellos que no funcionan? ¿qué es de la vida de estos sujetos que, por alguna extrañeza de su temperamento, no pueden participar de las verdades colectivas? Estrellas célibes, ermitaños en plena urbe, transitan sin rumbo apoyados en el basto de su locura.

Mary, mujer que tras un accidente ha visto un trozo del abismo, es acechada por la red Institucional como si de una telaraña se tratase. Si las tuviéramos que clasificar, podríamos hablar de tres grandes estructuras productoras de sentido único que la acosan permanentemente para asimilarla a un funcionamiento social que le devuelva estabilidad y sentido a su vida: el sacerdote, el macho-seductor y el psicoanalista.  

 

Los guardianes del Sentido

 

1)      El sacerdote



Como dijimos anteriormente, estamos en un mundo sin Dios, lo único que nos queda son los resabios de su moral. Por lo tanto, al hablar de un pastor o un sacerdote, tiene que entenderse un religioso securalizado por su época, técnicamente ateo, cuyo modo de vida es semejante al de cualquier ciudadano burgués, con sus mismas preocupaciones. En este sentido, el pastor de la iglesia contrata a Mary para que cumpla la labor de organista, le propone una relación comercial, pero indirectamente –hipócritamente– le exige algo más: que participe en las reglas de esa comunidad agonizante. En otras palabras, que le ponga algo de alma a la música que interprete para los fieles. Se trata de un dardo institucional disparado a un blanco doble: por un lado, le pide al ciudadano célibe que se integre a las convenciones de la masa social; por el otro, condena la utilidad lucrativa que una mujer independiente pueda sacar de la tarea, aun si es la Iglesia quien la promueve.

2)      El macho-seductor



Mientras Mary se cambia la bata, un ojo la mira impúdicamente. Ese ojo, lejos de responder a un instinto animal, está completamente direccionado, instituido por una identidad cultural que se repite mecánicamente y que somete, hasta el día de hoy, a cuanta mujer exista. Es la mujer-penetrable, la mujer-conquista sexual, la mujer-liberal, el (falso) devenir-prostituta de la ciudadana burguesa. Linden (así se llama nuestro acosador) encarna la institución que se propone engatusar a la mujer independiente y recordarle siempre que el sexo es diversión y el destino de todos los jóvenes. Linden establece, con su conducta, una serie de exigencias de sentido único más complejas y burocráticas de lo que su aparente libertinaje sexual supone. Linden quiere hacer de Mary una mujer normal y sociable; establecer, con su conquista sexual, un orden en el que varones y mujeres, géneros bien delimitados, se divierten y la pasan bien en la cama. Carnival of souls anticipa, de esta manera, uno de los movimientos teóricos foucaultianos más decisivos respecto a la sexualidad: el paso de la hipótesis represiva al de una instancia positiva del poder, productora de subjetividades y, sobre todo, de discursos abiertos sobre la sexualidad. Mary, a los ojos de Linden (¡incluso a los ojos del sacerdote!), mantiene una castidad propia de los antiguos mártires y eremitas del desierto cristiano, conducta completamente inadecuada para las exigencias de una Modernidad cuyos progresos “han tirado abajo” los prejuicios sexuales y “liberado”, de esta manera, el placer erótico de la mujer. Ante la reticencia de Mary, ante el fracaso de la seducción masculina, el psicoanálisis vendrá al rescate con su ya clásica e infaltable teoría de la histeria.

 

3)      El psicoanalista


De las tres figuras que analizamos, el psicoanalista es sin duda la más interesante, puesto que es el único que presta su oído a Mary y toma relativamente en serio su crisis identitaria. Digo relativamente porque, por su puesto, el psicoanálisis funciona dentro de un marco epistemológico donde cada percepción que tienda al delirio es en realidad una máscara que encubre un acontecimiento traumático-reprimido de la biografía del paciente. Por tanto, el Dr. Sammuels escucha con atención las alucinaciones de Mary, pero solo las ve como síntomas, como expresiones histéricas de un acontecimiento escondido que, tras una larga tarea de análisis, quizás podría salir a la luz. De esta manera, el Dr. Sammuels se dedica a indagar las causas de este hermetismo social, en el que ve, como sus otros dos antecesores, un problema de funcionamiento. “¿Será su padre? ¿Su madre? ¿Será que le tiene miedo a los hombres porque en realidad los desea?”, entre otra serie de enunciados que tienden a reducir la riqueza del terror existencial que Mary está viviendo mediante su reducción a un principio único. Como es de esperar, sus métodos no funcionan. El espejo, lejos de dar unidad, le devuelve a Mary una imagen multiplicada, los vidrios de las ventanas amenazan con mostrarle, de manera siniestra, una oscura caterva de fantasmas y muertos de aspecto diabólico. Mary está constantemente al borde de la disolución, está a punto de convertirse en otro, de transformarse en muchos: transita, a través de la pesadilla, por las innumerables mascaradas de la muerte. Desde un edificio abandonado, en las ruinas de un antiguo circo de carnaval, irradia un oscuro punto de atracción que, a través de una música espeluznante, conduce a Mary hacia su encuentro: es el magnetismo de lo terrible, la cara oscura de la civilización, el dionisismo que aún perdura en las interfases donde conviven los vivos con los muertos. Frente a su fascinante y terrible luz, a su hermoso carácter lunar, nada pueden hacer los tres guardianes del Sentido que mencionamos.  



¡La salvación está en las pesadillas; nuestro consuelo, en el horror!


Carnaval of Souls, como lo indica su título, es una invitación a perderse en el carnaval de las almas. ¿Y qué clase de carvanal es posible en este mundo anodino y secularizado?

Frente a los templos de la burocracia; frente las exigencias de la convención; frente a los magros destellos del consumo, el trabajo y la familia; frente a la explotación y la comercialización del deseo sexual, del encuentro amoroso de los cuerpos; frente a la cáscara vacía de las promesas urbanas y la ausencia de música en toda institución social; en fin, frente a la ausencia de alma de la sociedad moderna, todavía tenemos el derrotero de la pesadilla, la fiesta sagrada del horror.


Como nos aconsejaron Deleuze y Guattari, en vez de interpretar o sacar una foto de nuestro inconsciente, lo que hay que hacer es  producirlo, y el inconsciente es sinónimo de población, de multitud. Mandas de muertos, espectros y fantasmas vienen a perturbar nuestra comodidad burguesa para invitarnos a una fiesta sacrificial: allí, donde antes se apuñalaba a un chivo, hoy se coloca el cuerpo rígido de la identidad, fosilizada por los imperativos sociales. En medio de cantos salvajes y del fuego, en un desfile propio de un circo, con cadáveres danzando alrededor, el puñal cae sobre el pecho uniforme y multitudes de manos, extremadamente pálidas, comienzan a desparramar las extrañas.

En las escenas finales, Mary está aterrada; grita, huye, mientras una horda de vampiros o zombis la persiguen sin tregua, deseosos de incorporarla a su carnaval. Pero nos engañamos, nos traiciona nuestra mirada de espectador. Mary no esta sufriendo, no pide ayuda; si nos fijamos bien, lo que nos parecen gritos de terror son en realidad gemidos de éxtasis, el llanto es risa, la violencia, el baile de los animales que juegan a morderse. Mary, finalmente, deja de ser Mary. Es asimilada a la manada carnavalesca, a los murciélagos de su inconsciente. Si alguien se la cruzara, y le preguntase quién es, ella respondería: <<Mi nombre es Legión, porque somos muchos>>.

 






Epílogo

El papel que juega el horror en esta película, como elemento de salvación para una sociedad que ha perdido cualquier contacto con el ámbito de la maravilla (y por ende, su intensidad existencial), es el que creo que desempeña el género fantástico en general, dentro del cual participan las historias de terror. El cine y la literatura fantástica vienen a cumplir, con su cuestionamiento a la realidad uniforme y su apertura hacia la multiplicidad y el sin-sentido, el rol de una ventana de escape frente a las identidades fosilizadas que nuestras sociedades postcapitalistas nos venden en las vidrieras de los comercios y las universidades.

El crítico norteamericano Leslie Fidler señala que la literatura fantástica del siglo XIX, específicamente el terror gótico, surge en un momento de crisis, donde se produce un hueco temporal y epistemológico que va desde la muerte Dios hasta el nacimiento del psicoanálisis. En esa bendita oscuridad, libre de psicólogos y de sacerdotes, en el medio de bosques, criptas y castillos abandonados, proliferaban fantasmas, vampiros, hombre-lobos y toda clase de monstruos. El psicoanálisis, con su indagación del inconsciente, se encargó de ponerle fin a tal modelo. En esta época, no es posible –ni nos interesa– resucitar a Dios, pero sí creo que tenemos, más que nunca, una posibilidad extraordinaria: volver a cultivar ese espacio de oscuridad, habitar de lleno, por la vía del terror, la intensidad que nos produce la incertidumbre. Descubrir, en los diversos rostros de la muerte, la parte más alegre de la vida. 

 


.

Texto: Marcos Liguori (2024)

Película: Carnival of Souls (1962), Herk Harvey

Comentarios

Entradas populares