BEAU IS AFRAID: UNA ODISEA POR EL DIVÁN QUE ES PREFERIBLE NO HACER
Beau is afraid (2023), la última película de Ari Aster, somete al espectador a un viaje de casi tres horas por la mente de su protagonista a través de la analogía teatral. Las escenas surrealistas que vemos en la pantalla, lejos de constituir una realidad inquietante, parecen en cambio alegóricas: metáforas psíquicas del drama familiar que encierra a Beau en su cárcel libidinal. Ningún problema profundo, más allá de como lidiar con mamá y papá, se plantea en esta jornada. Lo que es más, el protagonista no sufre ninguna clase de transformación durante el viaje, pues no se enfrenta con ningún arconte. Sus fobias siguen intactas al final de la película. De lo único que nos enteramos (cómo si no lo supiéramos desde un principio), es del origen de todos sus síntomas. Psicoanálisis puro y duro.
Desde esta perspectiva crítica, que es la de Deleuze y Guattari en El Anti-Edipo, Beau is afraid propone una territorialización del inconsciente, lo que es decir, la conversión de una poderosa fábrica de realidades -el inconsciente- en un teatro de marionetas, de representaciones. A partir de aquí, a excepción de los epígrafes, las voces de los autores:
SERIE DE TEATRO EN LUGAR DE SERIE DE PRODUCCIÓN (ANTI-EDIPO)
¿Por qué se han instalado formas expresivas y todo un teatro allí donde había campos, talleres, fábricas, unidades de producción? El psicoanalista planta su circo en el inconsciente estupefacto, todo un Barnum en los campos y en la fábrica.
Recordemos y no olvidemos la reacción de Lawrence ante el psicoanálisis. Al menos en él su reticencia no provenía de un temor ante el descubrimiento de la sexualidad. Sin embargo, tenía la impresión, mera impresión, de que el psicoanálisis estaba encerrando la sexualidad en una extraña caja con adornos burgueses, en una especie de triángulo artificial bastante desagradable, que ahogaba toda la sexualidad como producción de deseo, para rehacerla de nuevo bajo el «sucio secretito», el secretito familiar, un teatro íntimo en lugar de la fábrica fantástica, Naturaleza y Producción. Tenía la impresión de que la sexualidad poseía más fuerza o potencia.
Quizás el psicoanálisis podría llegar a «desinfectar el sucio secretito», pero no por ello dejaba de ser el pobre y sucio secreto del Edipo-tirano moderno. ¿Es posible que, de este modo, el psicoanálisis asuma de nuevo una vieja tentativa para envilecernos, rebajarnos, y hacernos culpables?
El inconsciente deja de ser lo que es, una fábrica, un taller, para convertirse en un teatro, escena y puesta en escena. Y no en un teatro de vanguardia, que ya lo había en tiempos de Freud (Wedekind), sino en el teatro clásico, el orden clásico de la representación. El psicoanalista se convierte en el director de escena para un teatro privado — en lugar de ser el ingeniero o el mecánico que monta unidades de producción, que se enfrenta con agentes colectivos de producción y de antiproducción.
Confesarse, fingir, quejarse, lamentarse, cuesta demasiado. Cantar es gratis. Y no sólo gratis, se enriquece a los otros (en vez de infectarlos)... El mundo de los fantasmas es el que no hemos acabado de conquistar. Es un mundo del pasado, no del futuro. Ir hacia adelante aferrándose al pasado es arrastrar consigo las cadenas del presidiario... No hay uno solo de nosotros que no sea culpable de un crimen: el, enorme, de no vivir plenamente la vida». No has nacido Edipo, has activado a Edipo en ti; y cuentas que lo podrás sacar mediante el fantasma, la castración, pero esto es a su vez lo que has hecho estimular en Edipo, a saber, tú mismo, el horrible círculo. Mierda para todo tu teatro mortífero, imaginario o simbólico.
En el teatro del psicoanálisis, la máscara representa una única y sola identidad. ¿Alguien puede dudar de que Beau está viendo, en esta escena, a su madre? ¿Desde cuándo las máscaras fijan identidades? ¿Desde cuándo nos dicen la verdad?
Imágenes, nada más que imágenes. Lo que queda al final es un teatro íntimo y familiar, el teatro del hombre privado, que ya no es ni producción deseante ni representación objetiva. El inconsciente como escena. Todo un teatro colocado en lugar de la producción, y que la desfigura mucho más de lo que podían hacerlo la tragedia y el mito reducidos a sus únicos recursos antiguos.
¿Qué pide el esquizoanálisis? Nada más que algo de verdadera relación con el exterior, algo de realidad real. Además, reclamamos el derecho a una ligereza y a una incompetencia radicales, el de entrar en el despacho del analista y decir que eso sienta mal en ti. Se huele la gran muerte y el pequeño yo.
Por ello, el esquizoanálisis debe entregarse con todas sus fuerzas a las destrucciones necesarias. Destruir creencias y representaciones, escenas de teatro. Nunca habrá para esta tarea actividad demasiado malévola. Hacer estallar a Edipo y la castración, intervenir brutalmente, cada vez que un sujeto entona el canto del mito o los versos de la tragedia, llevarlo siempre a la fábrica. Como dice Charlus, «¡pero te importa un bledo tu abuela (LEÁSE, PARA BEAU IS AFRAID, MADRE), eh, golfilla!». Edipo y la castración no son más que formaciones reactivas, resistencias, bloqueos y corazas, cuya destrucción llega demasiado lentamente.
Texto: Deleuze y Guattari (1985), El Anti-Edipo (citas desordenadas y cortadas). Traducción de Francisco Monge. Paidós.
Introducción y epígrafes: Marcos Liguori
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